ENCENDERSE A LA VIDA
- Lasommelierdelibros
- 29 jul 2020
- 2 Min. de lectura

Iba a la fábrica, como todas las mañanas, bien temprano, tan temprano que el sol aun no me había saludado.
Encontré un asiento perdido en el fondo del colectivo. Ese lugar que suele gustarle más a los niños pequeños que a los adultos, tal vez por la dificultad que se presenta al intentar bajar de aquel escalón más alto de lo normal.
Con cada parada sorteada, el colectivo se llenaba más y más y a pesar de las miradas que se clavaban en mí, no tuve reparos en darle rienda suelta a la emoción y llorar. Llorar leyendo un libro. Ese día supe que "Como agua para chocolate" de la escritora mexicana Laura Esquivel, se iba a transformar en uno de preferidos.
Mes a mes, receta a receta fui recorriendo la vida de Tita, ese personaje que había sido creado cuando yo solo tenía siete años y que a mis veinticinco me venía a despertar.
La comida siempre fue tan importante en mi familia, la forma de demostrarnos el cariño, la manera que encontramos de decir “te quiero”, “estoy con vos”, “espero que te mejores”, “te cuido”. No había palabras, había recetas, como en el libro.
Y esos meses que transcurrían mientras yo no podía dejar de vivir en paralelo la historia de Pedro y Tita como si fuésemos él y yo, dos personajes que tampoco sabían amarse, que sorteaban la rutina de un modo especial, nosotros que nunca fuimos nosotros salvo en contadas ocasiones, éramos ellos.
Y ese amor, que si duele es más amor, caminaba las páginas casi pidiendo permiso y mezclándose con las vivencias del resto, de los otros personajes, como la vida misma. Como lo es la familia, con sus secretos, con sus descontentos, con sus celebraciones. Y el peso que recae siempre en ella, en la que estaba condenada a un destino que no merecía pero aceptaba.
Como no llorar, como no sentirse un poco Tita, como no tejer el entramado de la desesperanza, como no encenderse con los encuentros, con el amor.
Ese día terminé la novela. Había estirado al máximo la lectura para que no llegue el momento del fin, de la despedida. Y lloré, por el final, por decirles adiós a esos personajes, por dejar que la historia continúe en un mundo paralelo, y por mí, sí, por mí también lloré.
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